Tema: “Ética y Dignidad”.
Lugar: Asociación Cultural Vela y Mora. Prado del Rey (Cádiz).
Día y hora: viernes, día 6 de mayo, a las 18:00 horas.
Organiza: IES "Carlos III" en colaboración con el AMPA "Fabia Fabiana".
“En 1992, Marc Sautet, profesor de filosofía en la Facultad de Ciencias
Políticas de la Universidad de París, durante una entrevista en la radio, contó
como algo anecdótico que se reunía con unos amigos para filosofar cada domingo
por la mañana en un café de la plaza de la Bastilla, en París. Cuál sería su
sorpresa el domingo siguiente, cuando comprobó cómo acudían numerosas personas,
deseosas de participar en ese tipo de discusiones informales. Semana tras
semana, el número de asistentes iba en aumento, por lo que se hizo necesario
buscar algunas reglas básicas de funcionamiento, con el fin de que este tipo de
aglomeraciones no se transformase en una algarabía cacofónica. El café filosófico había nacido.”
Oscar
Brenifier, Filósofo práctico. Instituto de Prácticas filosóficas.
El café filosófico es un foro de
discusión, reflexión y debate; fundamentado en los principios de libertad,
respeto y tolerancia. Se trata de un sistema de democratización del
conocimiento en general y de la Filosofía en particular. No es un escenario
para eruditos y “especialistas” con pretensiones de discursos academicistas. Cualquier
persona interesada por la reflexión y el diálogo puede participar. No es un
lugar donde se aprende Filosofía, sino a filosofar, dialogar, interpretar y
confrontar, para que cada persona saque sus propias conclusiones. Por último, señalar
que el café filosófico parte del diálogo socrático. La pregunta es su esencia y el diálogo su herramienta.
REFLEXIÓN INICIAL SOBRE EL TEMA
Cuando hablamos de dignidad, al
margen de las diferentes acepciones y matices del término, nos estamos
refiriendo a una cualidad intrínseca de la naturaleza humana (¡que nos perdonen
los existencialistas!), que hace al ser humano merecedor de un respeto esencial.
En este sentido, la dignidad es el valor en el que se fundamenta la ética, como
exigencia del respeto a la persona humana. Así, la Declaración Universal de los
Derechos Humanos establece que el principio de la dignidad humana debe ser
entendido como el fundamento último del orden moral y legal.
En el ámbito de la ética
individual, la dignidad juega un papel esencial. Desde esta perspectiva, la
dignidad se interpreta como autenticidad: la fidelidad con uno mismo. Como bien
señala Ortega y Gasset, “la coincidencia
del hombre consigo mismo” es el pilar fundamental de la dignidad personal,
nuestro imperativo ético esencial. Así se ha afirmado desde la sabiduría
perenne:
“Atrévete a llegar a
ser quien eres”. Píndaro.
“Cuida ante todo de
ser siempre igual a ti mismo”. Séneca.
“Conócete a ti mismo”.
Sócrates.
Sócrates, el tábano: amado,
aclamado, vilipendiado y “asesinado”; siempre Sócrates. Llegamos a él y
partimos de él, por mucho que le pese a Nietzsche. ¿Quién soy? ¿Qué soy? Quizás
hemos olvidado lo que somos, hemos dejado de saber qué o quién es el ser
humano, y con ello, hemos olvidado ser fieles a nosotros mismos, ser
auténticos.
Esta omisión
de lo humano nos ha llevado al extravío de la autenticidad, que camina en la
indigencia, a pesar de ser una propiedad de lo real, en tanto que lo real es
fiel a sí mismo. Las apariencias, los disfraces, las máscaras, las
insinuaciones, son los nuevos ropajes de lo real. Lo que perece ser y no es, lo
que pretende ser pero no llega a ser; lo virtual frente a lo auténtico. El ser
humano anda enmascarado. La virtualidad gira sobre sí misma en las relaciones
interpersonales, a través de las llamadas “redes sociales”: sentimientos,
emociones, pensamientos, deseos…, “enlatados” en teclados, pantallas táctiles y
datos telemáticos que interactúan a una velocidad vertiginosa, al igual que
nuestras vidas globalizadas bajo el hechizo del consumismo y la publicidad. Es
más, este abandono de la humanidad nos conduce hacia los rincones más
inauténticos del ser humano; cuando permanecemos sonámbulos ante las numerosas
agresiones contra la dignidad: violaciones de los derechos humanos, crímenes
contra la humanidad, guerras sin sentido, etc.
Este olvido,
fruto, entre otras causas, del individualismo recalcitrante del ciudadano, recae
también en la ética social o pública. Así,
nuestros dirigentes políticos han dejado atrás el verdadero arte de
gobernar, en favor del arte de engañar. Lejos les queda la ilustre “Politeia”
griega: el gobierno de todos en beneficio del bien común. Hoy, el gobernante se
ha contagiado de individualismo, del egoísmo en torno al poder. Pero, no solo
el político ha dejado de ser auténtico, el ciudadano ha dejado de vivir
conscientemente, “sonambuliza”…
Es importante
abrir los ojos a la realidad y comprometernos con ella. Tenemos que atrevernos a saber (“Sapere aude”. Kant), ser conscientes, responsables y
comprometidos. Así lo señala muy bien nuestro pensador más ilustre, Ortega y
Gasset: la autenticidad no es solo una cualidad del ser humano como individuo,
es también un imperativo moral que abarca la vida social y colectiva. Del mismo
modo que cada individuo se enfrenta al reto de ser fiel a su propio ser,
también la sociedad en su conjunto puede traicionar su destino o ser coherente
con él. En función de sus peculiaridades históricas y culturales, cada época,
cada generación (coetáneos que comparten una misma sensibilidad vital), tiene
una tarea fundamental que realizar y un destino. ¿Cuál es la nuestra?, la de
los ciudadanos de la sociedad contemporánea, la tara de nuestra generación.
A pesar de
todo, la autenticidad no es solo un holograma del pasado, sigue perteneciendo a
lo real, y por consiguiente a la humanidad, al ser humano como individuo y como
ser social. Está presente en la naturaleza, en el beso de una madre y un padre,
en el abrazo de un/a amigo/a, en la sonrisa de un/a niño/a. ¿Cómo podemos
recuperarla? No nos olvidemos que ella, la dignidad humana, es el paradigma de lo
ético, lo político y lo jurídico; es el fundamento de la libertad, la igualdad, la solidaridad y la justicia.
La autenticidad es una cualidad del ser.
Brota de la misma
naturaleza,
de la esencia del
ser.
Es la verdadera presencia.
Lo
realmente real.
Lo que es.
Ser auténtico
es ser fiel,
honesto y sincero.
Huir de las máscaras
y las apariencias.
Es sentir la verdad
en nuestra vida…
Lecturas recomendables:
Fundamentación
ética de la dignidad. Expresión jurídica de la dignidad.
Fundamentos de
la dignidad humana.
Ortega y Gasset: dignidad de la persona = autenticidad.
Autenticidad.
Al fin se hizo realidad un proyecto que venía gestándose desde el año pasado: el café filosófico, como intento de devolver la Filosofía a la vida, a la praxis. La Filosofía ha estado demasiado tiempo en las alturas, atrincherada por lo filósofos en los muros académicos y en las estanterías de las bibliotecas. La Filosofía es un patrimonio del ser humano, una reflexión crítica que nos orienta y nos permite ser auténticos. Es importante que la Filosofía ocupe su lugar, como el gran arte de la vida, el arte de ser feliz. Hoy día, este lugar ha sido ocupado por otras estrategias, unas más sinceras que otras, como la psicología, los discursos de autoayuda, el consumismo y sus aliados ( los centros comerciales), así como las redes sociales, etc.
ResponderEliminarEl viernes seis de mayo de dos mil dieciséis. En una tarde de lluvia, empapados del sabor añejo y tertuliano del Casino de Parado del Rey, hoy convertido en Asociación cultural Vela y Mora, nos sentamos alrededor de la mesa, adolescentes de primero y segundo de Bachillerato del IES Carlos III, poetas y miembros del Ateneo Cultural Almajar, personas del pueblo llamadas por el eco de la cultura, dos profesores del centro, y algún “foráneo” apasionado por la reflexión, invitado al ruedo de la palabra, de la pregunta y el diálogo.
Antes que nada, ¡camarero, un café!
El tema ya se había propuesto (Ética y Dignidad) en el presente blog; y realizada en el mismo la primera reflexión inicial (dignidad desde la autenticidad), como tiralíneas que marca el horizonte del discurso, la tertulia de antaño, bajo el formato de café filosófico, inició su andadura.
Las reglas básicas del discurso dieron la señal de salida. ¿Reglas, normas? Sí. Se trata de un encuentro del pensamiento y la palabra. Y, sin libertad, respeto y tolerancia, ambos pierden sentido, su sentido. Convirtiéndose en máscaras del engaño, la violencia y la injusticia.
La primera pregunta inició el diálogo, y luego otra y otra. Al final, el ejercicio democrático se decantó por la siguiente cuestión: ¿Qué es ser auténtico? ¿Es posible ser auténtico?
Las diferentes intervenciones ofrecieron distintas respuestas, que a su vez engendraron nuevas cuestiones para escudriñar las distintas aristas de la temática planteada.
La autenticidad tomó pronto las profundidades de sus raíces: “la autenticidad requiere conocerte a ti mismo”. ¡Sócrates, siempre Sócrates!
La autenticidad entendida como la fidelidad con uno mismo, planteó confusión con términos similares, identificándola con la perfección de lo que somos. No obstante, el diálogo se recondujo, recordando que el título del tema: Ética y Dignidad, coloca la autenticidad en las fronteras de la dignidad y en el ámbito de lo moral y lo jurídico. En este sentido, la autenticidad individual gira en tono de la autenticidad de la humanidad, esa que fundamenta los Derechos Humanos, y que es inherente al ser humano por el hecho de serlo.
El consenso se abría camino: la autenticidad no significa inmovilismo en las ideas. Y sí, es difícil, muy difícil ser auténtico. Nuestra sociedad nos manipula a su antojo. Pero, como se puntualizó: ¡no busquemos coartadas para la inautenticidad! Somos seres sociales, pero no por ello esclavos de la “voluntad general”. La individualidad tiene un coste, pero es posible.
Las conclusiones finales nos envolvieron en la embriaguez emocional de la colectividad dionisíaca. Los momentos genuinos del diálogo socrático afloraron ante la diversidad generacional, la fusión del saber popular reflexivo y el académico -que se atrevió a convertirse en vital-, y la libertad de la palabra reflexionada.
En estas dos horas de humanismo, bajo la luz de la razón y la pasión, fuimos más allá del debate temático. Fuimos conscientes de la riqueza de nuestros jóvenes, en todas sus dimensiones; percibimos en los poros de nuestro ser que la palabra nos enriquece, y el diálogo nos ilumina…
Entre aquellas vetustas paredes, en una tarde de primavera lluviosa, al son de un sorbo de café, la Filosofía se hizo mundana.